Por Javier Pérez de Albéniz/España
Por la mañana, cuando se levanta, se viste con la piel de un asesino. No conoce una forma mejor de hacer su trabajo.
Está convencido de que el único sistema para saber cómo piensa un terrorista, cómo diseña sus acciones un mercenario o cómo actúa un criminal es convertirse en uno de ellos.
Por eso cuando desayuna ya tiene enfundado el pellejo de un bastardo, y es capaz de pensar como él, de sentir como él, de moverse como él. Es un intento desesperado por anticiparse a sus acciones, por cerrarle el paso, por evitar que mate o siembre el terror.
En la calle es una sombra. La espalda de algún político o algún personaje famoso. El parachoques de un actor o el salvavidas de un cantante de moda. Está en primera línea de fuego, y lo sabe. Es un escudo humano, y debe sacrificar su seguridad personal por la de un individuo con el que, la mayoría de las veces, ni siquiera ha cruzado un par de palabras. Es uno de los más de 10,000 escoltas que trabajan en estos momentos en España, todo un ejército que lucha desde la penumbra.
Cuando acaba la jornada laboral, nuestro hombre sufre el proceso inverso de metamorfosis. O al menos lo intenta. Y vuelve a ser una persona. Dulce con su mujer, cariñoso con sus hijos. Entonces trata de olvidar que se ha jugado la vida, que trabaja como guardaespaldas. Muchos no tienen familia: "Es muy duro, pero aún es más duro tener miedo por ella, por su seguridad, porque nosotros también somos blanco de los terroristas, también estamos en las listas de ETA", dice uno de ellos, soltero, sin compromiso, en el salón de un apartamento frío e impersonal del que se muda "cada año o año y medio".
La escalada terrorista ha disparado el miedo. Políticos, periodistas, empresarios, deportistas, banqueros... Algunos son asesinados, otros sufren agresiones, muchos son extorsionados. Todos se sienten amenazados. Y la policía no siempre puede velar por ellos. "Son demasiadas las personalidades a las que proteger", confiesa un funcionario del Cuerpo Nacional de Policía de la Comunidad de Madrid. "Cada vez hacen falta más escoltas, eso es evidente" reconoce un miembro del Sindicato Unificado de Policía (SUP), "y es por una razón muy sencilla: prácticamente todas las personas que tienen un cargo que hace necesario la presencia del escolta lo mantienen una vez que abandonan su puesto. Cada año, por tanto, aumenta el número de guardaespaldas".
Sólo en la Comunidad de Madrid uno de cada tres policías se dedica a estas tareas. En Euskadi y Navarra trabajan más de 3,000, y eso, pese a que el 40 % de los concejales carece de este tipo de protección. Los guardaespaldas privados son innumerables, puesto que la mayoría de empresas no facilita el número de sus empleados que se dedica a esta tarea. Lo único cierto es que se ha multiplicado por diez la demanda de escoltas privados a empresas de seguridad. Es, por tanto, más fácil que nunca entrar en el antaño selecto mundo de la seguridad. Y pasa lo que pasa. A un escolta privado de un cargo municipal del PP de La Rioja Alavesa se le disparó accidentalmente su pistola durante un funeral y causó heridas a cinco personas. Laurent Kabila, presidente de la República Democrática del Congo (RDC) murió como consecuencia de los cinco disparos que le descerrajó a quemarropa uno de sus hombres de confianza. Cientos de armas están en manos de gente con poca experiencia en su manejo.
SIEMPRE EN GUARDIA
A.J.C. es guardaespaldas y tiene dos tics: cada pocos segundos se toca con el dedo índice de la mano izquierda la oreja, en un intento inútil por ajustarse el pequeño altavoz que lleva cuando trabaja. Hoy no lo tiene puesto. También se palpa, con algo parecido a ternura, el bulto que le hace la pistola, que hoy sí lleva, en la cadera izquierda. Son movimientos mecánicos que realiza de forma inconsciente, sin necesidad de pensar en ellos, sin verse obligado a perder de vista a su cliente, sin dejar de mirar a todo lados.
Vive solo, en un piso del barrio madrileño del Pilar que está a punto de abandonar. Una casa impersonal decorada con fotos dedicadas de políticos y algunas banderas de España. En un cajón, junto a la televisión, guarda un trozo de sábana con dos pistolas: la de trabajar y una de fogueo. Madruga. A las ocho de la mañana ya está en la casa de la persona a la que protege, un político del actual Gobierno. Unos días recoge a su mujer y a sus hijos. Otros está con el jefe. Cada jornada es diferente: algunas las pasa en Madrid, pero muchas transcurren en la carretera. Ha recorrido España, "pero no se puede decir que conozca gran cosa", reconoce. "Vamos del coche al mitin o a la conferencia, luego al hotel, después le acompañamos a comer o a cenar, y de vuelta al hotel. No puedes ni tomarte una copa cuando le dejas durmiendo, porque puede necesitar algo por la noche y tú tienes que estar ahí, al pie del cañón".
"Son mis órganos vitales, mi corazón, mis pulmones... Sin ellos estaría muerto hace tiempo. Son mis chicos, mi familia", ironizaba, en el Chicago de pecado y whisky de los años 20, un tal Alphonse Capone. Cuando se habla de guardaespaldas se tiende a pensar en alguien con gafas oscuras, nariz plana como la de un cerdo, orejas como buñuelos y el instinto de un neandertal. Eso era antes, en los tiempos en los que el licor era clandestino y el gansterismo la ley. Hoy, el guardaespaldas es un tipo recio, de facciones agradables, vestido con trajes de primeras marcas, con estudios, educado... De los viejos tiempos sólo conservan las gafas de sol y la pistola.
EN ESPAÑA, PARA SER ESCOLTA NO HACE FALTA SER RAMBO. Basta con correr los 50 metros en menos de nueve segundos, medir al menos 1,70 metros, tener el título de graduado escolar...
Tanto es así que Estefanía de Mónaco se casó con su propio escolta, y Madonna presume de haberse acostado con varios. Dicen que los seleccionados por Tita Cervera son los más guapos, los de Alicia Koplowitz los más discretos y los de Mario Conde los más agresivos. Bob Dylan (recientemente premio nobel de literatura) sólo utiliza uno, el mismo desde hace años, mientras que cuando el ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu va al cine le acompañan 60, que cambian cada pocas semanas. El ex presidente Bill Clinton tampoco escatima protección: durante su última visita a China quedó atrapado en un ascensor debido al sobrepeso de los miembros de su equipo de seguridad. Algunos son una tumba, como los que acompañaron a Onasis en los últimos años de su vida. Otros, unos sinvergüenzas, como Alekxander Korzhakov, que gracias a contar en los medios de comunicación los secretos de su protegido, el presidente ruso Boris Yeltsin, logró dinero, fama y reconocimiento político (fue diputado).
Algunos son sólo gorilas. Otros también hacen de jardineros, recaderos o chóferes, como los que vigilan a los protagonistas de la prensa rosa. Y lo hacen por no demasiado dinero. Sus servicios se pueden contratar a través de todas las empresas de seguridad españolas.
La muerte de John Lennon en la puerta del edificio Dakota en Nueva York instaló el miedo en el corazón de los hasta entonces confiados músicos. Peter Gabriel o Bruce Springsteen viajan sin guardaespaldas. Son los menos. Cuentan que, por contrato, la habitación de hotel de Madonna debe estar rodeada por otras en las que se hospeden sus vigilantes, y que no pisa la calle sin la compañía de un par de grandes sabuesos humanos. Elton John sigue los pasos de sus gorilas, y jamás entra en una habitación o en un coche antes que ellos.
El futbolista del Fútbol Club Barcelona Iván de la Peña ha contratado un servicio de seguridad tras un fallido intento de secuestro. "No puedo vivir sin saber que alguien está pendiente de mí, que me cuidan y protegen", afirma la tenista Monica Seles, adicta a la vigilancia privada desde el día en que fue apuñalada por la espalda en la pista donde jugaba un partido. Desde ese día la acompañan varios especialistas, armados hasta los dientes y expertos en artes marciales.
En España, para ser escolta privado no hace falta ser "Rambo". Basta con correr 50 metros en menos de nueve segundos y 1,000 en menos de cinco minutos, hacer algunas flexiones, lanzar un balón medicinal de tres kilos de peso... Tampoco es necesario ser Kevin Costner: es suficiente con medir más de 1,70 metros (los hombres) o 1,65 metros (las mujeres). Ni siquiera hace falta poseer la sagacidad de Sherlock Holmes. Sobra con el título de graduado escolar o el de Formación Profesional de primer grado.
Sí es imprescindible tener la nacionalidad de un país de la Unión Europea, carecer de antecedentes penales, no haber sido separado del servicio en las Fuerzas Armadas, poseer la aptitud física y la capacidad psíquica "necesarias" y mostrar el diploma acreditativo de haber superado el curso de vigilante de seguridad expedido por un centro autorizado. Los policías se preparan en sus instalaciones, mientras que los privados tienen que buscarse la vida: gimnasios, galerías de tiro, algunos cursos especiales... Fuera de nuestras fronteras, los guardaespaldas tienen un lugar de referencia: la Academia Israelí de Seguridad e Investigaciones (AISI). Opera con autorización del Gobierno, y asegura estar preparada para dar respuesta a cualquier situación de riesgo. "Como tales entendemos los asesinatos, secuestros a mano armada, sabotajes contra instalaciones estratégicas, espionaje industrial...", asegura Zeev Guefen, director del centro. En sus aulas se han formado, por supuesto, alumnos españoles, pero no puede aportar más información. La confidencialidad es rigurosa y la discreción, fundamental.
LA BIBLIA DE LA SEGURIDAD
Los escoltas españoles presumen de su profesionalidad. Y aseguran estar a la altura de los mejores del mundo, los norteamericanos y los israelitas. Se mantienen en forma, hacen prácticas de tiro, aprenden defensa personal... Y, sobre todo, analizan una y otra vez los delitos que les atañen (asesinatos, secuestros, atentados) para evitar que se produzcan con sus clientes. El Servicio de Protecciones Especiales del Cuerpo Nacional de Policía redactó para sus agentes un manual interno que se convirtió de inmediato en la Biblia de los escoltas. En esas páginas destacan los casos prácticos. Según los autores, en el asesinato del presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy (Dallas, 22 de noviembre de 1963) "no existió fallo, puesto que habían desaconsejado el itinerario y el coche era descubierto... Tal vez si el escolta no hubiera resbalado en su primer intento de subir al coche podría haber sido más útil, cubriendo con su cuerpo al presidente".
"Ahora, en frío, no sé si me dejaría matar por la persona a la que protejo", confiesa el escolta de un ex ministro, "pero estoy seguro de que en caliente sí me interpondría entre él y un terrorista. Estás muy tenso, muy pendiente, y sólo piensas en hacer bien tu trabajo, en que pase lo que pase, no le suceda nada al tipo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario