La última conferencia del Congreso Latinoamericano de
Seguridad ASIS 2017 estuvo a cargo del padre Alejandro Solalinde, sin duda una
personalidad controvertida y directa, con quien se entabló un diálogo como pocas
veces hemos visto. Una charla franca y abierta, que demostró que podemos ser
distintos y pensar diferente, pero no por ello somos enemigos.
Dicen que el padre Solalinde duerme en una hamaca, en
un cuartito lleno de ropa, mochilas y libros, que suele ceder ese espacio y
tira un colchón en el patio, donde pasa la noche rodeado de sus guardaespaldas.
Lo cuidan cuatro policías estatales de Oaxaca, que aceptó hasta que Margarita Zavala, la
esposa del entonces presidente Felipe Calderón, se lo pidió personalmente.
Dicen que si un migrante llega al albergue con los
pies destrozados, él mismo va a la zapatería a comprarle un par de zapatos
idénticos a los suyos. No tiene escritorio, ni secretaria, ni oficina. Recibe a
la gente en una salita debajo de un techo de palma. Por años no fue más que un
cura de pueblo, con todo el sacrificio y la convicción que eso requiere, pero
sin mayor influencia social, política ni religiosa.
Solalinde es un administrador distraído que prefiere
regalar el dinero antes que cuidarlo, y se juega la vida todos los días al
oponerse a una industria en la que se mezclan la más alta política y el crimen
organizado: el secuestro de migrantes.
A los sesenta y un años se decidió a abrir un albergue
de migrantes en Ixtepec, no sólo para interponerse a las violaciones a los
derechos humanos de los indocumentados centro y sudamericanos, sino también
para preparar su propio retiro. Ya se había cansado de la grilla dentro de la
iglesia.
El padre Solalinde nunca será consagrado obispo porque
dice lo que piensa de su propia Iglesia: que no es fiel a Jesús sino al poder y
al dinero; que es misógina y trata con la punta del pie a los laicos y a las
mujeres, y que no es la representante exclusiva de Cristo en la Tierra.
Tras sólo cuatro años de coordinar el albergue
Hermanos en el Camino, Solalinde se convirtió de pronto en una de las figuras
más notorias no sólo de la Iglesia católica, sino de los defensores de derechos
humanos. Es un imán de la polémica y ha sido acusado de pollero por el
Instituto Nacional de Migración (INM); autoridades municipales lo quisieron
quemar con todo y albergue; se ha visto repetidamente amenazado de muerte y ha
pedido perdón a los Zetas, a quienes considera víctimas de una sociedad
violenta.
Y es que jugándose la vida echó luz sobre el infierno
que padecen los centroamericanos indocumentados en México, que a nadie le
importan. En Centroamérica se convirtió en una leyenda al punto de ser conocido
como “el Romero mexicano” en alusión a Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de
San Salvador asesinado por la dictadura. La Universidad Autónoma del Estado de
México postuló al padre Solalinde para el Premio Nobel de la Paz de este 2017.
“Qué han hecho nuestros obispos en México:
desobedecer, no han honrado su palabra, no han cumplido. Si ellos hubieran
hecho algo no tendríamos el México que tenemos, a lo mejor tendríamos un mejor
gobierno, porque dudo mucho que ellos, cuando se toman la copita o el cafecito,
o juegan golf con los políticos, les hablen del evangelio y que les digan la
verdad, que necesitamos un México que no sea corrupto, que no sea impune, que
sea más igualitario.”
“Y yo les pregunto, creen que van a alcanzar las
empresas de seguridad si este país se enciende. Este gobierno está jugando con
fuego, están pensando, y como ya están en la etapa cínica, ellos creen que no
pasa nada, viven encerrados e su mundo, sabiendo que están administrando todo,
que todo lo tienen controlado. Controlan la pobreza, por eso, cuando vienen los
tiempos electorales ya saben de donde echar mano para seguir comprando los
votos. Controlan hasta el miedo, porque han sembrado el mucho miedo y pueden
también administrarlo.”
“Mi pregunta es esta: ¿qué vamos a hacer si esta
situación sigue, qué va a pasar si no hay justicia, qué va a pasar si sigue la
corrupción, si sigue la impunidad, si sigue esta tremenda desigualdad que
vivimos? México no sólo es el país más desigual de América Latina, sino del
mundo. ¿Bastará todo el dinero, todas las empresas de seguridad frente a un
país que estalle?”
“Yo creo que lo que sí puede cambiar es la conciencia
de la gente. Sabemos que un pueblo podrá estar listo para el cambio cuando
tenga conciencia, pero para formar la conciencia se requieren varias cosas, lo
primero es perder el miedo. Somos un pueblo atemorizado, aterrado por las dos
instituciones que aún tienen autoridad: la iglesia y el gobierno, ahorita la
iglesia ya no nos asusta tanto, pero lo hizo, y lo hizo por mucho tiempo, y
venimos arrastrando esa cultura agachona, sometida.”
“Sí creo que podemos cambiar, pero necesitamos
educación, eso es clave. ¿Cómo vamos a educarnos si quienes están encargados de
eso no lo hacen. El gobierno ya ven, llama reforma educativa a cualquier cosa,
a una iniciativa laboral. Necesitamos hablar de una verdadera Revolución
Educativa, partiendo de la gente, partiendo de la conciencia y liberándonos de
esa educación bancaria que nos mata, que nos aliena.”
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